Cuando se habla de fertilizantes, muchas veces uno se imagina automáticamente grandes explotaciones agrícolas y maquinaria pesada circulando sobre ellas y esparciendo químicos a diestro y siniestro. Sin embargo, a día de hoy es muy común usar fertilizantes también en jardines o plantas del hogar, e incluso en huertos ecológicos o urbanos.
Los fertilizantes, también llamados abonos, son sustancias que, como su nombre indica, se utilizan para dar fertilidad al suelo, es decir, para hacerlo más adecuado para que las plantas crezcan o se desarrollen en él, así como pueden aportarlos de forma más directa a la planta, si se esparcen justo en la zona de sus raíces y no solo en la tierra de alrededor.
En una gran extensión de vegetación natural, como una selva o un bosque, el suelo recibe constantemente el aporte de materia orgánica que se descompone y da nutrientes, con los que las nuevas plantas pueden crecer fuertes. En cambio, en una maceta o un jardín esto no ocurre, por lo que muchas plantas precisan de recibir esos nutrientes que su tierra ya no recibe de alguna otra forma. Aquí es donde entran en juego los fertilizantes, que dan ese complemento que tus plantas agradecerán enormemente.
Hay muchos tipos de fertilizantes, aunque la principal distinción a la hora de usarlos en jardinería doméstica se da entre fertilizantes orgánicos e inorgánicos.
Los fertilizantes inorgánicos se producen de forma sintética. Son fertilizantes minerales que acostumbran a ser ricos en materiales como hierro y potasio.
Los fertilizantes orgánicos están elaborados a partir de productos o deshechos de origen animal o vegetal. Algunos muy comunes son el estiércol o el excremento de las aves, el guano.
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